sábado, 3 de enero de 2015

Conversaciones con Woody Allen. Eric Lax


1. Un libro de conversaciones (¿otro más?).
Este es el tercer libro de conversaciones que comento en el blog (tras el de David Foster Wallace –una recopilación de entrevistas realizadas por diferentes periodistas- y el de Thomas Bernhard –en el que la autora desaprovechaba una gran oportunidad de profundizar en la mente creadora del genio salzburgués-) -¿por qué? se preguntarán algunos (yo mismo)-. Eric Lax hace una meritoria labor de edición (léase corta-pega) de las entrevistas que realizó a Woody Allen entre 1972 y 2006 (anoté las fechas de los distintos encuentros y obtuve un desaforado número de encuentros entre 1972 y finales de 2006 -en verano de 1972, febrero de 1973, junio de 1974, junio de 1987, finales de junio de 1987, noviembre de 1987, enero de 1988, septiembre de 1988, noviembre de 1988, junio de 1989, enero de 2000, abril de 2005, mayo de 2005, septiembre de 2005, noviembre de 2005, febrero de 2006, noviembre de 2006-), lo que nos conduce a dos conclusiones: una, que Lax no encuentra a otro director a quien entrevistar, dos, que Woody Allen tiene mucha paciencia (y le gusta mucho hablar de su obra). Abarca este período, por tanto, casi toda su filmografía, desde su segunda película Bananas (aunque también se habla de su debut, Coge el dinero y corre) hasta Scoop en 2006, con especial dedicación a la obra maestra de 2005, Match Point –es el riesgo de las publicaciones sobre un cineasta en activo, quedan fuera de este crisol sus últimas películas, El sueño de Casandra –en fase de producción durante las últimas entrevistas-, Vicky, Cristina, BarcelonaSi la cosa funciona, Medianoche en París, A roma con amor, Conocerás al hombre de tus sueños, Magia a la luz de la luna –actualmente en cartel-, si bien, ninguna de ellas –a falta de ver la última (y la aclamada Blue Jasmine)-, salvo quizás la parisina, agrega gran cosa a la obra del director.
El libro se divide en capítulos temáticos y no sigue un orden cronológico (sí lo hace en cada capítulo), y estos son: la idea; el guión; reparto, actores e interpretación; rodaje, platós, localizaciones, dirección, montaje, música; y por último, la profesión de cineasta.
Me pregunto si no hubiera sido más adecuado incluir las entrevistas íntegras por orden de aparición. La idea de reagrupar los textos por temática sólo obedece a un pretexto editorial que se nos escapa al resto de los mortales. Más bien parece una justificación que una necesidad. El problema de esta presentación es que los saltos cronológicos a que se ve obligado el lector para ponerse en situación son continuos. No es lo mismo lo que piense Allen de una película al poco de estrenarla que en el rodaje o treinta años después. Y, por supuesto, el Allen de 1972 no es el mismo que el de 2006 -¡ni siquiera Lax es el mismo!-. Entonces, ¿por qué mezclarlos?

2. El libro..., ¿es un libro? (un intento de clasificación -elemental, absurdo-).
Tengo que hablar del libro, me digo, concéntrate en lo que haces, me digo, de qué va el libro, me pregunto, del cine de Woody Allen, de las reflexiones filosóficas de Allen sobre el amor, la muerte, la vida, el cine,…, todo ello ilustrado con explicaciones técnicas y anécdotas de los rodajes de sus películas y bajo el prisma de la humildad, sabiduría y gracia del autor americano.
Yo clasificaría (creo que me estoy metiendo en un jardín infernal) las películas de Allen en dos tipos -esto es irrelevante-, las de humor y las serias, bueno, también hay un musical, y algunas de época, las de humor (que a su vez se dividen en: las típicas de gags, desde Coge el dinero hasta El dormilón ("sabía que no iba a ser una película basada en meros chistes sino una historia que debería ser contada"), y las posteriores, más sofisticadas, Annie Hall -que marca un antes y un después en su filmografía-, Deconstruyendo a Harry,…, Un final made in Hollywood), por otro lado, las serias (Interiores, Septiembre,…, hasta Match Point) parecen que son un rollazo pero en realidad están muy bien -uno siempre busca al genuino Allen -el gracioso- en el trasfondo de ellas-, también haría una clasificación similar pero en base a otro parámetro mucho más objetivo, es decir si Allen actúa (siempre en comedias) o no (en las serias y en algunas comedias donde deja su teórico papel a otro actor, Celebrity -Brannagh (Allen insiste en que la crítica a Brannagh por su manierismo era infundada, que el personaje no estaba destinado al propio Allen, que Brannagh creó su propio personaje, que hizo un gran papel, pero nadie le cree...)-, Si la cosa funciona -Larry David-, Balas sobre Broadway -Cusack-), así mismo las serias suelen ser teatrales o bergmanianas (Interiores) pero merece capítulo aparte Match Point –“creo que con Match Point conseguí un éxito razonable, el mayor éxito que haya logrado en toda mi carrera con una historia oscura”, p.140-. Como dije, dentro de las humorísticas hay dos tipos evidentes, basadas en gags y con guión inexistente (p.96, en 1974, cuando hacía La noche de Boris Gruschenko declaraba no querer “hacer una comedia donde quede diluido en un fondo de ingeniosos sketches”), y las comedias sentimentales o cotidianas pero que conllevan cierto espíritu existencialista (Manhattan, Annie Hall,…) y en muchas ocasiones vemos una mezcla de géneros (Hannah y sus hermanas, Maridos y mujeres,…), e incluso un musical (Todos dicen I love you -que por el bien de mi salud mental -ya de por sí bastante deteriorada-, me he resistido a ver-), y otras inclasificables, Melinda y Melinda, la más autobiográfica, Días de radio) -me pregunto si el género habitual de Allen es el humor existencialista en las comedias y el drama existencialista en las oscuras-. Pero esto no es –o no debería ser, me estoy liando- un estudio sobre el cine de Allen (es la gran paradoja de los libros de conversaciones, uno tiende a comentar la obra que está siendo comentada (el cine de Allen) en lugar de comentar la obra que comenta la obra que terminamos comentando (el libro de Lax) -de todos modos, los libros de conversaciones pueden resultar apasionantes ya que estudian la obra de ficción de un autor real, solapando lo ficticio con lo real en función de la obra artística (pues una película es algo real aunque trate de ficción, su rodaje es real, sus actores son reales, su escenografía es real,...), si bien Allen piensa que "no hay motivo para que las películas sean tratadas como obras de arte porque no lo son" (bueno, están las pelis de Hollywood y las de Tarkovski, Fellini o Bergman)-). Tan sólo pretendía dar una idea de lo poliédrica que es en realidad la obra de este artista, tan cómoda y equívocamente encasillada en el género humorístico (sus comienzos, no obstante, fueron de monologuista, profesión que se veía retratada en Todo lo demás). En realidad, Woody Allen se mueve entre el cine culto, el popular y el que hay justo en medio, es decir, la parodia del mundo de la cultura. El propio autor reconoce haber vivido "en un extraño limbo" con sus pelis, "han sido..., no sé qué decir..., ni comerciales ni artísticas."

3. El humor.
Ya adelanté alguna idea acerca de la complejidad del humor en el comentario sobre la Trilogía de la memoria de Sergio Pitol. Para Allen “el humor es complicadísimo y resulta muy difícil llegar a verdades generalizadas al respecto. Creo que en la comedia entran en juego mil y un elementos psicológicos conocidos y desconocidos. Es más profundo de lo que uno cree”. El director explica cómo la formulación de un chiste es esencial “como ocurre en la poesía. En muy pocas palabras condensas un pensamiento o un sentimiento y todo depende de lo bien equilibrado que estén”. Es por ello que parte de la gracia (¡cuando no toda!) puede perderse en los doblajes o traducciones -aunque el espectador hispano parlante tiene la gran suerte de que el actor que dobla a Allen, Joan Pera, es un genio-. Allen se confiesa partidario del cine sensiblero: “Todas esas películas dramáticas que hacen Bergman y Antonioni”. Con respecto al éxito de esta clase de películas, Allen desconoce cuándo un drama está gustando al público, ya que, al finalizar la proyección, “pueden estar tanto muertos de aburrimiento como extasiados por la experiencia. No tengo ni idea”. También es consciente de que sus mayores fracasos los ha cosechado con películas serias, con las que confiesa tener “todos los números para caer en la trampa de convertirme en un fanfarrón”. Lax cuestiona lo forzado que resultaban algunos diálogos de Interiores y Allen está ocurrente en la respuesta: “Meses después de hacer Interiores estaba sentado en casa cuando de repente pensé: Dios mío, ¿no habré caído en ese error? De tanto ver películas extranjeras y a juzgar por la sonoridad de mis diálogos, ¿no estaría escribiendo en el fondo subtítulos para películas extranjeras”. Esta misma sensación la tuve hace unos días revisionando Stalker de Tarkovski, aquella escena era tan profunda y honesta (la asunción de culpa del stalker, una sabandija, confesaba delirante), que parecía una parodia de sí misma, era difícil no pensar en un gag de Faemino y Cansado -y la culpa de todo esto la tiene Allen, porque cuando uno ve una de sus películas serias a veces duda de si reír o llorar -tan cómicas pueden resultar las personas insertas en un drama, por su exagerada teatralidad-, y esto se extendía a todas esas pelis terribles de Bergman, en la que todo es tan tremendo que uno lo sitúa al borde de lo ridículo-. Su devoción por Bergman llevó a Allen a trabajar en varias películas con su director de fotografía, Sven Nykvist, y gracias a él leemos una de las anécdotas –decenas entre estas páginas- más divertidas del libro. Sucede cuando buscan localizaciones para Otra mujer, en un barrio residencial de clase alta a orillas del río Hudson: “Hay una pequeña cabaña más allá de un campo de hierba alta y hierbajos. Sven se echa a andar a través de las vides y rodea un árbol –¿Qué estás buscando Sven, posibles ángulos o un sitio donde hacer pis? –pregunta Woody. Sven quiere que Woody vaya a ver algo -Ángulos –responde Woody con resignación –me tenía que pasar a mí". Esta anécdota resume primorosamente la paradoja del otro cine de Allen, su vena bergmaniana, contradictoria con su lado humorístico –pero es precisamente en esa imposible frontera donde reside su genialidad (¿por qué imposible? la realidad combina humor y drama con naturalidad (¿quién no ha escuchado alguna vez un chiste deslizarse en un funeral, o ha visto a alguien llorar con amargura en una fiesta?)-, y no es que sus pelis serias no sean buenas, Septiembre, por ejemplo, que vi hace poco, es extraordinaria, pero hay que reconocer que su talento brilla con más intensidad en la comedia ("Esos tres dramas, Interiores, Septiembre, y Otra mujer, eran muy ambiciosas. Por eso mi fracaso fue evidente, mayúsculo, y no resultó nada entretenido", p.444). Incluso en esas comedias la muerte está omnipresente (Manhattan, Hannah y sus hermanas…). “No tengo miedo a morir, simplemente no quiero estar presente cuando eso suceda”, dice uno de sus personajes. Sobre Interiores dice que "trataba mucho sobre la frialdad y la incomunicación que marcan las relaciones humanas y sobre la aterradora que es la vida y la muerte y lo indefenso que uno se ve frente a ello." Y, reflexionando, llegué a la vertiginosa conclusión de que casi todo el cine de Allen encerraba estas ideas en algún u otro momento de sus filmes.

4. Metodología. 
Los protagonistas hablan de detalles técnicos, de cómo la iluminación se hizo más oscura con Annie Hall, del decorado de Sombras y niebla, el mayor que se ha creado nunca en NY, de la filmación cámara en mano en Maridos y mujeres, de su afición por los planos máster largos -debidos a la pereza, confiesa-, de movimientos de cámara (“desde Annie Hall se ha aficionado a sacar actores hablando fuera de cámara”, le dice Lax, "eso lo aprendí de Gordon" –Willis, el director de fotografía de Annie Hall-. "Recuerdo que estábamos preparando una toma en la que Alvy y Annie se dividían los libros tras haber decidido separarse y yo dije: Ninguno de los dos sale en la pantalla ¿eso está bien? A lo que él contestó: Claro que sí, está genial. No hay nada de malo en ello”. De otros directores de fotografía como Carlo di Palma ("tenía un instinto artístico y un gusto exquisito para el color, la composición y el movimiento, pero su técnica era totalmente rudimentaria"), Zhao Fei (en Acordes y desacuerdos, y cuya figura toma prestada para el realizador chino de Un final made in Hollywood), Nykvist.
Allen también nos introduce en el fascinante mundo de su método de trabajo, de la forma en que prepara los guiones, improvisa en escena, realiza cambios sobre lo ya escrito, crea durante el montaje, o simplemente la forma en que busca la inspiración, “con los años he descubierto que un cambio momentáneo estimula un nuevo arranque de energía mental”. Así, sale a dar un paseo, a comprar el periódico o se da una ducha cuando se atasca con alguna idea. Aunque salir a dar un paseo para Woody Allen no es descansar realmente: “No me gusta desaprovechar el tiempo. Hasta cuando voy caminando a algún sitio por las mañanas me planteo un tema en el que pensar”. Afirma que nada de lo que ha escrito está basado en sueños. A pesar de su tendencia a que sus personajes visiten al psicoanalista Allen dejó de creer en ellos: "Cuando iba al psicoanalista sí recordaba los sueños y hacía un esfuerzo por no olvidarlos. Pero lo dejé cuando vi que la interpretación de los sueños no servía de nada…, a menos que seas un faraón” -o que seas Samuel Taylor Coleridge, claro-
En cuanto a su estilo Allen es claro en su indefinición: "Es difícil saber cuál es tu propio estilo”. Cualquier otro habría soltado un discurso sobre un supuesto estilo complejo y rico en matices que nos hubiera dejado anonadados. Sin embargo sí alude a algunos clichés, por ejemplo, “tendencia urbana muy marcada”, y la presencia de "gente caminando y hablando por la calle, sentada en un restaurante o haciendo vida en su apartamento”. Allen describe, p.271, dos tomas que siempre incluye en sus películas: "Una es rodar a la gente andando por la calle en dirección a la cámara hasta que se acercan tanto a ella que la la cámara comienza a hacer un travelling. La otra es filmar a la gente caminando por la calle mientras la cámara avanza en paralelo por la otra acera".
No es Woody Allen un director que explique a sus actores el papel -cita algunos casos y se deshace en elogios hacia Scarlett Johansson, pero también hacia sus musas de toda la vida, Diane Keaton, Mia Farrow o Judy Davies-. Es despreocupado con su propia labor como actor (“Actuando no me pongo nervioso, si me veo en apuros, me invento el diálogo”). Cualquiera que haya visto alguna peli de Allen conoce la importancia que tiene la música (normalmente utiliza música de jazz antiguo que le obliga a pagar enormes cantidades de royalties, sin embargo trabajó con Philip Glass en Casandra´s dream y es de este rodaje una de las mejores historias: “Lo curioso es que su música está cargada de tensión. Yo le decía: la música transmite demasiada tensión para una escena tan intrascendente como esta. A lo que él me respondía: pero si esta es la parte romántica. La parte tensa la reservo para el asesinato”). Sus influencias son evidentes y reiteradas en varios momentos (Bergman y Bob Hope: “Resulta de lo más incongruente y absurda la disparidad entre las personas que me han influido”, lo que no deja de tener su coherencia, pues la disparidad de las influencias debería ser algo habitual -también reconoce haber tenido presente Amarcord de Fellini para La rosa púrpura del Cairo, "quería imprimir esa sensación nostálgica y melancólica de la película" -es en el documental Wild man blues, sobre la gira de su banda de jazz de Nueva Orleans por Europa, cuando muestra su incomprensión ante la concesión de un premio que, sin embargo, no había recibido nunca Fellini-).

5. Humildad. Listas.
La humildad, como dije al principio, es el rasgo que más sorprende en una persona a la que se supone genial. Sobre su larga carrera artística dice: “Es una combinación de buena suerte, engaño y sobrevaloración”. Al contrario de todo artista que busca la inmortalidad, a Allen –cuyos personajes tan obsesionados están con la muerte- no parece preocuparle este asunto: “No tengo ningún interés en mi legado, porque creo con firmeza que cuando uno está muerto el hecho de que una calle lleve tu nombre no sirve de mucho a tu metabolismo…, no hay más que ver cómo acabaron Rembrandt, Platón…
No lleva bien la fama, al menos las expectativas que se crean sobre su presunto poder de famoso: “A uno le pasan un montón de cosas raras cuando es famoso. No es que te venga una chica y te suelte: ¿Me firmas en el pecho izquierdo? Pero sí los hay que te dicen: Hay personas a las que los rusos están encerrando en manicomios. ¿Podrías ayudarles?”.
Me gustó –por su valentía, no tanto por su contenido, que apenas arrojaba sorpresas- y por eso la voy a citar, que Allen hiciera una lista con sus películas preferidas. En una noche de insomnio la redactó y luego se la mandó por carta a Lax. Hizo dos grupos, las estadounidenses y el resto. Entre las primeras estaban: El tesoro de Sierra Madre, y El halcón maltés, de Huston; Perdición, de Wilder; El desconocido (?); El delator, de John Ford; La colina (¿Sydney Lumet?); El tercer hombre (Carol Reed); Senderos de gloria, de Kubrick; El padrino II, de Coppola; Uno de los nuestros, de Scorsese; Ciudadano Kane, de Welles; Al rojo vivo,de Raoul Walsh; Encadenados; La sombra de una duda, de Hitchcock; Un tranvía llamado deseo, de Elia Kazan. Pensé que dos de Hitchcock eran demasiadas pero que La sombra era sin duda la mejor peli del inglés, desconocía El desconocido (no sé a qué peli se refiere) y El delator (una peli de John Ford de 1931). Allen ignoraba a William Wyler, Mankiewicz o Preminger.  La otra lista contenía 12 películas europeas y 3 japonesas: El séptimo sello, Fresas salvajes y Gritos y susurros, de Bergman (olvidó a su querido Antonioni), Rashomon, Los siete samuráis y Trono de sangre de Kurosawa (se ve que no conocía a Ozu ni a Mizoguchi), Ladrón de bicicletas y El limpiabotas, de De Sica, La gran ilusión, de Renoir, Amarcord, La strada y 8 y medio, de Fellini, , Los 400 golpes, de Truffaut y Al final de la escapada, de Godard (es decir, casi todas ellas –salvo Gritos y El limpiabotas quizás-) habituales en las listas al uso). Curiosamente apunta que si suma Ciudadano Kane a la segunda lista se obtiene la lista correspondiente a las mejores de la historia del cine.
Es interesante lo que Allen opina de sus propias pelis (a veces pienso que los creadores son los mejores críticos que pueden tener sus obras y a veces que son los peores) -no obstante Allen no tiene dvds de sus pelis y nunca las ve salvo que las encuentre por casualidad en algún canal de la tele-. Al contrario que la mayoría del público ("No hay ninguna correlación entre mis gustos personales y los del público"), que considera las mejores películas Manhattan y Annie Hall –el que suscribe entre ellos-, Allen prefiere Match Point, La rosa púrpura del Cairo, Maridos y mujeres, Balas sobre Broadway e incluso Zelig o Misterioso asesinato en Manhattan. ¿Y las peores? Parece que hay consenso con La maldición del escorpión de jade -él defiende a los actores y asume toda la culpa-, aunque claro, aún no había hecho Vicky Cristina Barcelona. Tampoco parece estar muy satisfecho con Scoop -quiso hacer algo ligero después de la intensa Match Point y se pasó de ligereza (es sabido que al neoyorkino le gusta alternar obras complejas con otras más intrascendentes)-. Yo no pude soportar Melinda y Melinda, una peli que el director reconoce fallida pero en la que ve ciertos méritos -la dualidad de la historia, cómica versus seria, parece remitir a las dos visiones creativas de Allen-,
Uno de los puntos más interesantes del libro es el concepto que posee Allen de los personajes que interpreta. Es una teoría aceptada a nivel popular que Woody Allen se interpreta a sí mismo en sus películas, que su interpretación tiene poco de interpretación. Algo así leí en una crítica de Wild man blues sobre el director, esto es, que dicho documental nos reafirmaba en la idea de que el personaje de Woody Allen es el propio Woody Allen -cosa no del todo cierta, en ese film de no ficción Allen se presenta como una persona tranquila, con sus manías e indefensiones, pero calmada en el trato y en el diálogo, sin la neurosis e hipocondría de los típicos modelos allenianos-. "Así es, me confunden con esa persona" -aquí Allen está reconociendo indirectamente que todos sus personajes son el mismo personaje (¡Allen!)-. "Pero es algo que yo he negado toda mi vida. Ellos me miran y me dicen sonriendo: Ya lo sé. Tienes razón. Pero en el fondo no lo creen y no hay nada que yo pueda hacer o decir para convencerles. Piensan que soy yo". Allen no se da cuenta de que su personaje ha terminado engulléndolo, que él es su personaje, que cualquier cosa que haga será inútil, que Woody Allen es el Woody Allen de sus películas, y que, si en la vida real se comporta de otra forma, es porque está actuando.

6. Novelista.
Una de las aspiraciones artísticas de Allen es escribir una novela. Nos preguntamos sobre qué versaría esta hipotética novela de Allen. En Todo lo demás, Jerry Falk, el personaje de Jason Biggs, escribe una novela que, según le explica a Connie (Erica Leehrsen -una actriz que ya tuvo una breve aparición en Un final made in Hollywood y con la que también ha contado el director para su última película, Magia a la luz de la luna), trata sobre "el terror absoluto de enfrentarse a la propia muerte"; otros personajes de Allen intentan escribir novelas, infructuosamente; uno de los personajes de Septiembre pretende escribir su nuevo libro en aquella casa de locos (mientras evita a Mia Farrow y se lo hace con Dianne Wiest), también es el caso del personaje de Brolin en Conocerás al hombre de tus sueños -circunstancia fundamental en el desarrollo de la trama-. Sus intentos literarios, sin embargo, se han centrado en géneros menores como el cuento (Cuentos sin plumas, Perfiles) o el teatro (Don´t drink the water -recuerdo haber visto en la adolescencia -hace mucho de eso- una representación de esta obra en la antigua casa de la cultura, donde hoy está el anfiteatro romano-, Sueños de un seductor -de la que se hizo una película en la que actuaba y dirigía Herbert Ross en 1972-), pero Allen se ve intelectualmente incapaz de llevar a cabo su gran proyecto.
Y supongo que aquí llega el momento de la reflexión, de aportar algún pensamiento útil a la humanidad respecto a este libro. Tengo que decir que estos libros de conversaciones no dejan de ser meros ensayos periodísticos que atentan contra el mundo de la cultura en general -en realidad, la mayoría de las veces la cultura suele atentar contra la cultura, pero no quiero profundizar en esa espiral de destrucción-. Ni el libro está bien escrito -no podría estarlo-, ni tiene armazón narrativo -sea lo que sea que eso signifique-, ni deviene literario, ni poético, ni filosófico (si bien tiene sus momentos, era inevitable),... La culpa no es de Woody Allen, obviamente, tampoco de Eric Lax -quien suele estar muy acertado en los temas tratados y en las preguntas realizadas al director-, sino del género en sí, un producto editorial. Los lectores podrán decir, pero bueno, es una herramienta muy útil para conocer el pensamiento y la metodología de Allen. Es verdad, pero ¿necesita su obra de explicaciones? ¿No es cierto que en toda explicación de una obra de arte -aunque Allen no considere como tal el cine- subyace una explicación insoportablemente ingenua -paradójicamente, yo mismo había vuelto a ver Stalker de Tarkovski para poder leer después La zona de Dyer, ¿no era todo una locura?-? Y es que algunas obras de arte tan sólo existían para poder escribir acerca de ellas -pues, ¿acaso una explicación podía ser más ingenua que la obra que explicaba -¿toda obra era ingenua por definición?- -¿y no era este razonamiento suficientemente ingenuo como para darle a "marcar todo el texto y suprimir"?-?-. Me pasaba mucho con el arte, disfrutaba más leyendo sobre arte que admirándolo en sí -quizás esta deformación proviniera de mi obsesiva pasión por las letras (a todas luces ridícula -como toda obsesión-)-, y cómo no podía ser de otra forma, con el cine, en forma exponencial, cuanto más aburrida era la peli más me apasionaba leer ensayos dedicados a ella. A veces veía películas, grandes clásicos, con la única intención de poder leer lo que se había escrito -y también, por un efecto de retroalimentación, cuando leía sobre una película me entraban ganas de verla de nuevo para confirmar lo que allí se decía-. En este sentido el libro de Lax-Allen (no tenía sentido regalar la autoría del libro a Eric Lax, ¡el noventa por ciento del texto es obra de Woody Allen!) es magnífico, pero ¿es literatura? -y de no serlo, ¿a quién importaba?-.

Algunos artículos de prensa sobre el libro:
El cultural. Carmen Sigüenza.
El país. Rocío Ayuso.

Otros enlaces de interés:
Entrevista con Erica Leehrsen