martes, 9 de febrero de 2010

Corazones cicatrizados, de Max Blecher.


Inimi cicatrizate. Traducción de Joaquín Garrigós.


Max Blecher nació en 1909 en Botosani, en Rumania, murió en 1938. En este libro, de carácter autobiográfico, Blecher, de origen judío, narra su paso por el hospital para enfermos tuberculosos de la ciudad francesa de Berck. Por lo tanto percibimos aires de La montaña mágica de Mann, y de un posterior Thomas Bernhard en su serie de novelas autobiográficas, sobre todo en El aliento. La novela se inicia con la visita al doctor que le diagnostica una enfermedad vertebral debido a un absceso tuberculoso. La sensación de opresión e impotencia que siente el protagonista en la consulta del médico recomendado por el doctor Bertrand es descrita con un talento propio del mejor Kafka: "El médico había entrado de nuevo en la cabina. Emanuel pensó entonces en suicidarse ahorcándose de una de las barras metálicas con la correa de sus pantalones." Más tarde tendrá que realizarse la punción por parte del doctor Bertrand. Después de la misma, la desolación, la incertidumbre ante la gravedad de su enfermedad, las perspectivas ante el inminente traslado a Berck: "La tarde prosiguió en el cuarto su transcurso inútil y triste. El frasco de pus yacía sobre la mesa como evidencia irrefutable. Unos rayos cobrizos de sol jugaban en medio de una luz suave en la pared de la casa de enfrente. Emanuel sintió en el pecho una gran debilidad, diríase que respiraba algo del vacío y la desolación de aquella tarde melancólica." Para partirse de risa, vaya. Sin embargo el texto rezuma esperanza y ganas de vivir por los cuatro costados. Su estancia en Berck será menos traumática de lo que en un principio pudiera pensarse. El mal trago del corsé de yeso me resultaba extrañamente familiar, comencé a identificarme con Blecher -aún sin haber padecido nunca tuberculosis-: "La operación no era en absoluto complicada: el doctor cogía una tira, la revolvía en el yeso y la mojaba en agua. A continuación la aplicaba en toda su extensión en la espalda de Emanuel como una compresa. ¡Paf! Una... ¡Paf! Otra... Se pegaban a las costillas, al pecho, a las caderas. Se adherían a la piel como animales pegajosos vivos en insinuantes. El doctor trabajaba con una rapidez de albañil al que le volaran los ladrillos en las manos. " Frialdad, trabajo de albañilería, ¿cómo puede ningún tratamiento médico contemplar semejante bestialidad? La dignidad humana debe quedar por encima siempre de la curación antropomórfica. La vida de Emanuel en el sanatorio discurrirá por los cauces típicos de una convivencia en una mini-ciudad, tendrá amistades, amores, enfrentamientos, pérdidas irreversibles... Hasta que comprende que debe huir, huir lejos, hacia las dunas, donde encontrará refugio eventual: "En el ambiente anticuado de la vieja casa, en la transparencia de la vida que llevaba ahora, no se materializaba ninguna sombra de las que antaño se le cruzaban en silencio. Yacía al sol, luminoso y límpido, claro como un agua por la que ninguna imagen podía pasar dejando huella. Ahora se percataba de lo profundo y frágil que había sido su amor." Este tío lo que no quiere es dar golpe. En varios momentos de la narración aflora el Blecher poeta, un escritor con un talento inconmensurable y del que no sabemos de cuántas obras inmortales nos privó su temprana muerte.

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