domingo, 25 de octubre de 2009

La historia comienza, de Amos Oz


The story begins. Essays on literature. Traducción de María Condor.


Ya desde la Introducción el escritor israelí nos llama la atención acerca de la importancia del comienzo de una novela, del "contrato" que se le presenta al lector desde el inicio de la obra. "Pero qué es, en última instancia, un comienzo? ¿Puede existir, en teoría, un comienzo adecuado para cualquier relato? ¿No hay siempre, sin excepción, un latente comienzo antes del comienzo?". Partiendo de esta base, Oz realiza unos interesantes ensayos breves sobre algunas obras clásicas -algunas desconocidas para el gran público occidental- que nos descubren verdades sobre el hábito de la lectura y la comprensión de los textos, en lo que termina siendo un alegato en favor de la lectura lenta y, en definitiva, en favor del placer de leer. Así tenemos un desternillante estudio sobre la surrealista La nariz, de Gogol, titulado Con aire de importancia muy respetable: "Que el dios de los insensatos nos guarde de dar un significado simbólico a la nariz, como algunos críticos han tratado de hacer: la nariz que se levanta y se va a pasear por la ciudad con el atuendo de un consejero diplomático no es una parábola de la sociedad de la Rusia zarista ni representa la condición humana. Es simplemente una nariz". Excepcional y estimulante resulta la lectura de Una madera en el torrente, sobre el comienzo de Un médico rural, de Kafka:"(...) el inicio del relato es una defensa sólida e irreprochable (....) Lo que al principio de la narración parece un esfuerzo por resolver un problema de transporte resulta ser un asunto cargado de vergüenza y culpabilidad". De la mano de Oz sufrimos la trastada que le hacen al médico, alguien dio a la campanilla para avisarle de un enfermo en plena noche tormentosa. Oz disecciona cada paso dado por el médico, quien parece estar ante un tribunal: "El contrato inicial es sólo el objeto del verdadero conflicto, el conflicto interno". Terribles pérdidas ha llamado Oz a su ensayo sobre el comienzo de El violín de Rothschild, de Chejov: "Aquí y en otros relatos, Chejov establece un equilibrio preciso, como en la balanza de un químico, entre lo ridículo y lo desgarrador". Advierte el israelí de los presupuestos engañosos inicales, y de cómo el violín ni es de Rothschild ni éste es violinista ni es el personaje principal del relato, aunque el violín acaba en manos de él. Además, hay más engaños en el contrato inicial: "porque el narrador adopta deliberadamente el punto de vista del viejo fabricante de ataúdes, así como su lenguaje y sus términos de referencia". En el seno materno, sobre varios comienzos de La historia: una novela, de Elsa Morante es el ensayo más largo del volumen. En él Oz radiografía la escena de la violación de Ida por parte del soldado Gunther como si fuera una interpretación psicológica más que literaria -aludiendo a un malentendido entre ambos el desarrollo de la perfidia-, creando posiblemente un nuevo y brillante relato a partir de la -aparentemente mediocre- novela de Morante: "Este espejismo de sonrisa, esta sonrisa sin sonrisa, basta para hacer pasar al exhausto Gunther de la brutalidad a la familiar arrogancia masculina". Y es que este libro de Oz lo que hace es recrear, añadir simbolismos -que permanecen ocultos en la obra original-, como si de un crítico de arte se tratara frente a una obra maestra de la pintura, de forma que leer estos comentarios son, en lugar de redundantes, una fuente primigenia de creación literaria, es decir, uno no necesita conocer las obras comentadas (En la flor de la vida, de Agnón, Effie Briest, de Fontane, Mikdamot, de Yizhar...) para paladear estas páginas como si un exquisito fruto novelesco se hubiera colado en nuestra biblioteca. También cuando uno ha leído la novela en cuestión, caso de El otoño del patriarca, de García Márquez y el ensayo de Oz Cómo era posible que una vaca llegara a un balcón, cierto estupor recorre nuestro intelecto, y nos preguntamos ¿es que no me enterado de nada de lo que he leído en los últimos veinte años? ("Es probable que el lector que se aproxime a esta novela armado de escoplos descodificadores pase por alto lo que hallará el lector que se aproxime a ella con carcajadas desenfrenadas, y viceversa.") Uno de los descubrimientos de este librito de apenas 140 páginas de Amos Oz -entre muchos otros, en realidad el ibro es todo él un descubrimiento tras otro-, es el relato de Raymond Carver, Nadie decía nada, que Oz analiza en Quita eso de ahí antes de que me haga vomitar. Estamos ante un relato de adolescente en el que cada escena narrada se presupone cotidiana, insustancial, y que sin embargo encierra un visión, tan profunda como ausente en emisión de sentimientos por parte del protagonista, de la incomunicación familiar ("Superficialmente lo que tenemos aquí no es más que una acumulación documental de materiales de la vida real"). El niño trae algo del río -supuestamente un enorme pez, o al menos su cabeza- e intenta llamar la atención de sus padres que están siempre a la greña ("Oh, Santo dios! ¿Qué es eso? ¡Una serpiente! ¿Qué es? Por favor, por favor, quita eso de ahí antes de que me haga vomitar", le suplica la madre). Según Oz: "Éste es el punto enigmático que existe en muchos de los relatos de Carver, el punto en el cual se invita al lector al volver al principio de la historia y elegir: si quiere o no creer en el pez". En resumen, un maravilloso libro de unas de las mentes más lúcidas del panorama literario actual -¿para cuándo el Nobel?-, y que hará las delicias de todo amante a la lectura.

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