martes, 22 de septiembre de 2009

La náusea, de Jean-Paul Sartre (I)


La nausée. Traducción de Aurora Bernárdez.

"Lo mejor sería escribir los acontecimientos cotidianamente. Llevar un diario para comprenderlos." Así comienza La náusea, publicada en 1938 por Sartre, premio Nobel en 1964 (un premio que rechazó, acaso sufriera alguna que otra indisposición gástrica ese día). El problema de escribir un diario donde se relatan los acontecimientos es que se anulan algunas de las herramientas más singulares del escritor como son la perspectiva del tiempo, la selección de hechos y la reelaboración de diálogos. Nos encontramos entonces ante una obra extraordinaria donde la narración no conoce de favoritismos episódicos, y donde el pensamiento se conjuga continuamente con las situaciones cotidianas que vive el variopinto protagonista de la novela, un tal Antoine Roquetin. El origen de este escrito sobreviene de un síntoma, una acuciante sensación indefinida: "Algo me ha sucedido, no puedo seguir dudándolo. Vino como una enfermedad, no como una certeza ordinaria o una evidencia". Yo creo que lo que Roquetin tenía era un poco de ansiedad, con un lexatin se le habría quitado, claro que en aquellos tiempos no existían aún las benzodiacepinas, así que no tuvo más remedio que ponerse a escribir este diario. Roquetin es un bohemio. Según se dice en la novela el bohemio es alguien que se levanta por la mañana y no tiene nada que hacer, o algo así, no me acuerdo, me dio rabia no ser un bohemio, total, un poco de ansiedad tampoco es tan grave si a cambio te libras de ir al trabajo. Pero bueno, tampoco es que Roquetin esté totalmente desocupado. En realidad está escribiendo un libro sobre el señor de Rollebon, un diplomático francés de finales del XVIII y primera mitad del XIX. Las últimas pesquisas de Roquetin le llevan a implicar a Rollebon en una trama de asesinato contra el papa Pablo I. "El señor de Rollebon era muy feo. María Antonieta le llamaba su "querida mona". Roquetin, Rollebon, todo esto suena poco dramático, yo creo que Sartre era un cachondo. Cada día Roquetin va a la biblioteca. Su investigación es exhaustiva. Me acuerdo de Bernhard en Corrección y su estudio sobre el oído humano. Y en Murakami y sus días de biblioteca en Kafka en la orilla. La biblioteca es un lugar muy literario. Rollebon tiene que lidiar allí con el Autodidacta, un tipo de aliento fétido que termina siendo un pederasta. Uno de los grandes errores de Roquetin es mirarse en el espejo: "Es el reflejo de mi rostro. A menudo en estos días perdidos, me quedo contemplándolo. No comprendo nada en este rostro. Los de los demás tienen un sentido. El mío no." Bueno, resulta curioso cómo pretendemos extraer de nuestros propios rostros algo más de lo que allí se revela, es como una obligación inherente al ser humano, siendo además del rostro que más a mano que tenemos quizás el que menos atención nos merece -bueno, esto no le sucederá a Megan Fox jeje. Ya empieza Roquetin con sus pequeños delirios existenciales que alcanzarán su culminación en la última parte del libro: "Lo esencial es la contingencia. Quiero decir que, por definición, la existencia no es la necesidad. Existir es estar ahí, simplemente: los existentes aparecen, se dejan encontrar, pero nunca es posible deducirlos." Y es que a Roquetin le gustaba arrugar con sus manos esos papeles de periódicos mojados y luego secos, retorcidos, sucios, crujientes, que siempre encontramos en los parques, hasta que se topa un día con un guijarro y claro, se lía todo: "Y el guijarro, aquel famoso guijarro, origen de toda esta historia: no era... no recordaba bien, a punto fijo, lo que se negaba a ser." El guijarro, ajeno a todo este asunto. También Roquetin frecuenta mucho un café, lo cual es bastante bohemio y mola: "Desde el fondo de este café algo retrocede a los momentos dispersos del domingo, y los suelda unos con otros, les da un sentido: he atravesado todo este día para acabar aquí, con la frente pegada a este cristal, para contemplar ese fino rostro que se abre sobre una cortina granate". Vamos, que lo que pretendía Roquetin era ver a la pelirroja del mostrador... El Autodidacta pone en un aprieto a Roquetin cuando le pregunta si ha vivido muchas aventuras. Al día siguiente Roquetin sigue dándole vueltas al caletre: "He vuelto a mis reflexiones de ayer. Estaba agotado; me daba lo mismo que no hubiera aventuras. Mi única curiosidad era saber si no podía haberlas." Esto de las aventuras está bien, salir, conocer gente, ver mundo, y es que Roquetin ha sido un gran viajero, y da buenas muestras de ello a lo largo de la narración, sin embargo su mente continúa transitada por las dudas, su mente es la misma en cualquier parte, su deambular por las calles de Bouville que no conocen al extranjero ni al residente, así en cualquier parte del mundo, sumen a Roquetin en una disquisición filosófica: "He pensado lo siguiente: para que el suceso más trivial se convierta en aventura, es necesario y suficiente contarlo".

-continuará-

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