domingo, 28 de junio de 2009

Dino Buzzati: 60 relatos


Resulta difícil comentar una selección de 60 relatos, sobre todo si son de Buzzati, ya que casi todos presentan un altísimo nivel de calidad. No obstante mencionaré los que más me han gustado. Para empezar el primero de ellos titulado Los siete mensajeros me tuvo pensando varios días. En él el hijo de un señor feudal pretende fijar las dimensiones del reino de su padre, para ello parte con un convoy y siete mensajeros que se encargarán de llevar y traer noticias de la ciudad. El relato se convierte así en un juego matemático de velocidades -en el que las distancias y los tiempos empleados por los mensajeros adoptan dimensiones “extravitales”, por llamarlo de algún modo- y que deriva en una situación surrealista muy próxima al espíritu que invadía la gran narración de Buzzati El desierto de los tártaros. Y más teniendo en cuenta que la misión se ha convertido en una imposible realidad metafísica: “No existe, sospecho, frontera, al menos en el sentido que estamos habituados a pensar. No hay murallas de separación, ni valles divisorios, ni montañas que cierren el paso. Probablemente atravesaré el límite sin siquiera advertirlo e, ignaro, continuaré avanzando”. En Siete pisos volvemos a encontrarnos a un Buzzati exacto, casi matemático. La ingresión de un casi-no-enfermo en un hospital termina por convertirse en una pesadilla con un inevitable fin que el protagonista se ve incapaz de detener. En este particular hospital los enfermos van bajando de planta conforme su estado de salud empeora. Es decir, los menos graves se encuentran en la séptima planta mientras que los moribundos se hallan en la primera:”Este singular sistema además de agilizar el servicio, impedía que un enfermo leve pudiera verse turbado por la proximidad de un colega agonizante y garantizaba un ambiente homogéneo en cada piso. Por otra parte, el tratamiento podía graduarse así de forma perfecta.” De una manera casi kafkiana -a través de falsas promesas, errores y malentendidos- el enfermo termina -ante su estupor e impotencia- en la planta primera. En Miedo en la Scala el genio de Buzzati expone el terror a lo incierto, el increíble poder de los rumores y el cobarde comportamiento del ser humano en situaciones de debilidad. Un pianista retirado, Cottes, asiste al último estreno en el teatro de Milán. Al final de la representación el teatro se sume en un estado de confusión indeterminado, la amenaza de una revuelta, la conjura de algunos simpatizantes en un salón contiguo, la ideación de una escapatoria, el temor por la implicación de su hijo,...”Arriba, en el salón, corrieron a los ventanales para espiar por las rendijas de los postigos. ¿Qué sucedería? Vieron al viejo atravesar los raíles del tranvía y, con paso torpe, dirigirse al parterre central de la plaza.” Todo ello, relatado con una maestría impresionante, claudica en un final tan simple como inesperado. Ese terror, en este caso a lo conocido, lo volvemos a leer en Los ratones, la sospecha de que en la casa de campo de sus amigo hay ratones se torna casi una obsesión paranoica (“Pasa otro año. Nada más entrar en la casa, me fijo en dos gatos magníficos, dotados de un vigor extraordinario: atigrados, musculosos y de sedoso pelaje, como todos los gatos que se alimentan de ratones”), y en De Hidrógeno, en el que un paquete muy especial está remitido a uno de los vecinos del bloque (“Desde abajo llegó un estruendo lúgubre. Debían de haber conseguido desplazar el cajón un buen trecho. Volví a mirar hacia abajo”), en ambos casos con amenazas consumadas. La figura de la muerte aparece como efigie teatral y respetuosa en Sombra del sur (“Lo volví a ver más tarde, siempre igual, alejándose de nuevo por uno de aquellos callejones, no hacia el mar, sino hacia el interior”) y en la impecable La capa (“Después de una interminable espera, cuando ya empezaba a desvanecerse toda esperanza, Giovanni regresó a su casa”). En el músico envidioso adivinamos al Buzzati músico y el relato es a fin de cuentas un acercamiento -no sabemos si amistoso u hostil- al mundo de la atonalidad (“... lo que más impresionó a Gorgia fue el lenguaje de esa música, un lenguaje a menudo estridente y arrogante, y libre de las viejas leyes armónicas, pero que, pese a todo, conseguía ser absolutamente claro.”). Conforme uno va leyendo el relato cree estar escuchando esa música, alguna pieza de Bussoni, o de Schonberg, o incluso de algo más descaradamente moderno como de la finlandesa Saariaho. Noche de invierno en Filadelfia es una desgarradora historia de un piloto canadiense en plena guerra mundial queda suspendido en un pico de los Alpes italianos tras ser derribado su avión de combate. Reconozco que lo pasé muy mal leyendo este relato a la vez que mi fascinación por la técnica narrativa de Buzzati iba en aumento. Mientras lo leía sentí vértigo, frío, dolor, desesperación,...”Nunca había visto nada tan inmóvil como las montañas, ni siquiera las casas eran capaces de estar tan quietas. El traje de aviador no era lo suficientemente abrigado, por lo que el joven agitó los brazos para entrar en calor”). Absolutamente hilarante y genial es El problema del estacionamiento. Uno se ve retratado cada mañana en este magnifico relato de Buzzati. Los problemas para aparcar antes de entrar al trabajo terminan por agobiar de tal manera al protagonista que la selección de prioridades y criterios de existencia quedan totalmente destruidos, lo cual le conduce a una situación insoluble (...justo cuando estoy frenando a la altura del portal diviso un sitio vacío en la acera de enfrente. Con el corazón palpitante doy un volantazo, arriesgándome a que me trituren las avalanchas de vehículos, atravieso la calle y rápidamente me coloco en el sitio. Un milagro”). Hay algunos relatos de retórica puramente religiosa pero que no dejan de tener su encanto -¡para un ateo como yo, por dios!-, y que hacen pensar en Guareschi y su entrañabe Don Camilo, como por ejemplo Cuento de Navidad (“Pero en cuanto el desdichado salió de la iglesia, Dios desapareció. Asustado, don Valentino miro a su alrededor, escrutando las bóvedas tenebrosas: tampoco estaba allí arriba.”), y El perro que había visto a Dios ("Cuanto más trata de decirse que es imposible más llega al convencimiento de que se trata exactamente del animal del eremita. Nada preocupante, por supuesto. ¿Pero, tendrá que seguirle dando cada día el panecillo?”). En Las murallas de Anagoor se perciben ecos borgianos. No señalada en los planos oficiales ni en las guías turísticas existe una ciudad enigmática y milenaria adonde el turista pretende llegar como sea (“Me entró una duda: ¿Pero se sabe a ciencia cierta que al otro lado de la muralla hay alguien? ¿No puede ser que la ciudad ya esté muerta?”). También La inauguración de la carretera me parece uno de los mejores. El surrealismo inmerso en el mundo de la política, de las inauguraciones de proyectos no terminados, del objetivo inalcanzable (como en Siete mensajeros o La noticia), de la sinrazón del obcecamiento, hacen entrever cierta metáfora acerca de la muerte y de la soledad, aunque es bien cierto que los relatos de Buzzati en su mayoría pueden obedecer a múltiples lecturas y esa es una de las grandezas de este escritor -amén de su increíble imaginación. El último de los relatos es El acorazado Tod, uno de los más largos y más perfectos en su estructura y exposición. La sospecha de que ha existido un arma secreta en el bando alemán durante la segunda guerra mundial -un arma que nunca llegaría a hacerse efectiva por la precipitación de la derrota- hacen que un veterano, Hugo Regulus, investigue en torno a ciertas órdenes inquietantes que tuvo que cursar en el transcurso de su militancia en una oficina de Personal. Entre lo fantástico -una fotografía que nos recuerda a esa famosa del monstruo del Loch Ness, y un final propio de un cuento de Allan Poe-, de nuevo lo borgiano -el libro de Regulus funciona a modo de tomo prohibido y mítico de algún relato del argentino, así como la aparición de un testigo que emerge como una fantasmal presencia de lo misterioso-, y lo ficticio pero posible -una especie de superbuque fabricado en la isla de Rügen no es una suposición totalmente inverosímil-, la inventiva de Buzzati pone a prueba el hambre del lector por leer más, y éste desea que el relato fuera mucho más extenso, una novela incluso (“En un periódico de Hamburgo se publicó una noticia sobre un intento de suicidio en Kiel: en un parque público habían encontrado a un hombre sin sentido y ensangrentado con una herida grave en la cabeza.”). En fin, quería mencionar algunos relatos pero me doy cuenta de que como siga voy a hablar de todos -quien quiera leer más puede ver mi comentario al relato El crítico de arte en mi blog de arte-, así que simplemente animo al lector a que lea este tomo publicado por Acantilado en traducción de Mercedes Corral -y al que sólo hecho en falta quizás algo de más información sobre los distintos relatos, como sus fechas de publicación y si son o no inéditos algunos de ellos-, y que si no conocen a Buzzati lo descubran a partir de esta obra o de su magistral El desierto de los tártaros. Por cierto, la portada es una obra de 1930 del propio Buzzati, "Primo amore".

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