lunes, 25 de agosto de 2008

La extraña, de Sándor Márai


La publicación en nuestro país de una "nueva" novela de Sandor Marai (Kassa, 1900-San Diego, 1989) siempre es motivo de enhorabuena. En este caso Marai tampoco defrauda ya que este pequeño libro, escrito en 1934 (antes de El último encuentro, 1942, o Divorcio en Buda, 1946, y el mismo año, 1934, que su primerizo libro de memorias Confesiones de un burgués), es una auténtica maravilla. El protagonista, Askenasi, pasa unos días de descanso en la costa adriática, en un hotel de Dubrovnik. A partir de una virtuosa presentación de personajes que circulan por el hotel -y sin dar a conocer al lector quién será el verdadero protagonista de la novela-, el "extraño" Askenasi se fija en una señora al subir las escaleras hacia su habitación -la auténtica "extraña" que da título a la obra. A partir de los recuerdos de Askenasi la trama va cobrando forma y se nos dan detalles y claves de los motivos por los cuales Askenasi debe marcharse del hotel al día siguiente tras recibir una misteriosa llamada. A partir de ese motivo neurálgico -la visión de la "extraña"- se desarrolla el desenlace dramático y casi "dostoyeskiano" de la novela. La búsqueda de respuestas -a la pregunta del sentido de la vida, sin especificar cuál es realmente la pregunta-, la caducidad de todo amor -cuando esa respuesta ya no es posible encontrarla en la amada de turno-, el viaje como huida a nuestra propia identidad -como acto reflexivo sin sentido-, la metamorfosis perceptiva ante un hecho demencial -las cosas adoptan formas desconocidas, como si formaran parte de un museo, los colores son más vivos, los sentidos parecen sobreextenderse-, son algunos de los temas de esta fascinante entrega del húngaro. El último tercio del libro merece figurar entre los momentos más memorables del discurso psicológico-monstruoso de la historia de la literatura, al nivel del Dostoyeski de Crimen y castigo, del Kenzaburo Oé de Una cuestión personal, o incluso del Bernhard de El malogrado. Un festín para la mente.

miércoles, 20 de agosto de 2008

La mujer de la arena, de Kôbô Abe


Me enfrento por primera vez a una obra de este autor japonés, nacido y muerto en Tokyo (1924-1993), y que, aún habiendo cursado los estudios de Medicina, decidió dedicarse a la literatura. La mujer de la arena recibió el premio Yomiuri en 1960 -premio japonés de reconocido prestigio recibido por autores como Kenzaburo Oé, Yukio Mishima o Haruki Murakami. Un profesor de escuela, entomólogo aficionado, se toma tres días de vacaciones para buscar especies no clasificadas de escarabajos de la arena en una playa desierta. La aventura deriva en una historia kafkiana, de secuestro en un poblado hundido bajo la arena, en la cual el protagonista analiza el concepto de arena mientras discurre una trama de escape. La novela reflexiona sobre los intereses del ser humano, la acomodación a lo conocido -aunque sea netamente hostil-, y la resignación incluso cuando la posibilidad de escape está en nuestras manos. Todo este conflicto filosófico y fabulador -suenan ecos de Dino Buzzati- conviven en el libro con una prosa estilizada y poética -"De pronto, una sombra fresca cayó sobre él como un pañuelo mojado; era una nube que cruzaba, no más que una hoja empuñada por el viento hacia una esquina del cielo"-, y con golpes de humor, dramatismo, e incluso sensualidad. Un libro estratosférico, una obra sublime, una novela que te hace pensar que a lo mejor la vida merece la pena. Por cierto, existe una peli de 1964 con guión del propio Kôbô Abe y dirigida por Hiroshi Teshigahara.

martes, 19 de agosto de 2008

Three times, de Hou Hsiao Hsien


Titulada aquí como Tiempos de amor, juventud y libertad, Three times (Tres épocas), es una impresionante película de 2005 del talentoso cineasta chino-taiwanés Hou Hsiao Hsien. Tres historias de amor en diferentes períodos del siglo XX (1996,1911,2005) se desarrollan en Taiwán. El tema más universal es tratado aquí con una gran inspiración narrativa y visual. Si ya en Café Lumière el director chino hacía gala de un virtuosismo escenográfico increíble, aquí da una vuelta más de tuerca y produce una serie de imágenes, luces, contextos, colores, silencios,... que te dejan con la boca abierta -estuve todo el rato diciéndome "¿otra vez?, ¿otra vez?", qué planos, qué belleza, sobrecogido como un insecto insignificante ante la manifestación gloriosa de una mariposa multicolor dispuesta a engullirlo. Los diálogos son mínimos -de forma que reflexioné sobre el tiempo absurdo que estuve esperando hasta conseguir la versión subtitulada, realmente no hubiera hecho falta-, Shu Qi está absolutamente genial en sus papeles -aunque aquí no soy muy objetivo, ya que soy fan de esta actriz desde que vi Millenium Mambo, del propio Hou Hsiao Hsien-, y la sensación que me abordaba durante la visión de la peli era la de "esto es cine, ¿tan difícil es de reconocerlo?". El segundo relato quizás sea el más comprometido artísticamente ya que está orquestado como una antigua peli muda (transcurre en 1991, en una casa de citas) en la que los labios de los actores se mueven sin pronunciar sonido alguno, para ser después "traducidos" en decorativos carteles subtitulados, y con una música de fondo embriagadora. El tercer relato nos retrotrae al mundo de la juventud descontrolada, tema que ya tratara en Millenium Mambo, pero aquí recurre a personajes incluso más complejos e infelices. Aunque la joya de la peli sea probablemente el primer relato, el que sucede en 1966 en una sala de billar, y en el que un enamorado busca a su amada por todo el país casi sin conocerla. Más que curiosidad tengo en ver El vuelo del globo rojo, la última peli de Hou Hsiao Hsien, una producción francesa de 2007 protagonizada por Juliette Binoche.

domingo, 17 de agosto de 2008

El invernadero, de Wolfgang Koeppen

Sebald siempre estaba quejándose de que la literatura alemana de la posguerra obviaba el "problema" nazi, o al menos que no estaba representado con la proyección que la historia merecía. Lo paradójico es que no llegué a Koeppen de la mano de Sebald -cuando leo al austríaco se me terminan olvidando algunas referencias inexcusables y siempre me digo "tengo que buscar algo de ese autor que mencionaba Sebald", y al final nunca lo hago, de hecho no recuerdo haber leído en Sebald alusión alguna a Koeppen aunque estoy seguro de que la hay (y es que no me acuerdo del 99% de lo que leo) y tengo que revisar mi bibiliografía del gran maestro para confirmarlo- sino que he llegado a él de casualidad, ojeando títulos en la biblioteca municipal. Alabado por el afamado crítico Reich-Ranicki en la contraportada del libro en cuestión, El invernadero, Koeppen nació en Greifswald en 1906 y murió en Munich en 1996. Escrito en 1952, El invernadero forma parte de su trilogía novelesca, que se completa con Palomas en la hierba y Muerte en Roma. El libro posee una prosa enigmática y casi fantasmo-existencialista, al borde la locura -para hacernos una idea, a medio camino entre el Faulkner de El ruido y la furia, y el Handke de El miedo del portero al penalty-, Keetenheuve es un parlamentario alemán afincado en Bonn que se enfrenta a sus enemigos y al que intentan apartar del camino electoral ofreciéndole una "suculenta" embajada en Guatemala. La diplomacia obligada, el problema del rearme, la figuración política, la problemática psicológica del protagonista, y el distanciamiento de la política con respecto a la realidad y a los ciudadanos -con edificios ubicados en periferias que asemejan a subciudades del extrarradio lejos de la "contaminación" urbana, conforman un fresco -siempre me ha gustado usar esta expresión, jeje- que finaliza de la peor forma. Muy estimulante -aunque exigente- lectura de lo que es un clásico de la literatura alemana de la posguerra.


"Contempló a su guardia silenciosa, parlamentarios de cráneo alargado, tipos estupendos en los que podía confiar. Leales de los tiempos de la persecución, pero todos ellos receptores de órdenes, una tropa firmes ante el sargento, y Knurrewahn, que ahora estaba arriba, como hombre del pueblo, sin duda, pero arriba, en el círculo de los dioses, cercano al Gobierno e influyente, Knurrewahn escuchaba en vano en busca de una palabra de nostalgia de abajo, de un grito de libertad, de un latido de corazón que viniera del fondo; no se agitaba ninguna fuerza virgen, difícil de someterse a la disciplina, no se sentía ninguna indomable voluntad de renovación, ningún valor para derribar los viejos valores muertos, sus mensajeros no traían eco alguno de las calles y plazas, de ls fábricas y de los altos hornos, al contrario, eran ellos los que esperaban instrucciones, signos de la cabeza, órdenes de Knurrewahn, exigían a la burocracia de partido de las centrales y no eran más que puestos avanzados de esa burocracia, y ahí estaba la raíz del mal, regresarían a sus lugares de provincias y allí anunciarían: Knurrewahn quiere que nos comportemos de tal o cual modo, Knurrewahn y el partido desean, Knurrewahn y el partido ordenan, en vez de que fuera al revés, en vez de que los mensajeros de provincias le dijeran a Knurrewahn el pueblo desea, el pueblo no quiere, el pueblo te manda, el pueblo espera de ti, Knurrewahn... nada. Quizás el pueblo sabía lo que quería. Pero sus representantes no lo sabían, así que hacían como si al menos hubiera una fuerte voluntad de partido."

miércoles, 13 de agosto de 2008

La mirada de Ulises, de Theo Angelopoulos


En 1995 rodó Angelopoulos esta peli de 176 minutos que he revisitado recientemente -en 4 sesiones- y que me ha vuelto a dejar impresionado por su "poética desgarradora". La música vuelve a ser de Eleni Karaindrou y la impresionante fotografía es de Yorgos Arvanitis, como en Paisaje en la niebla. Harvey Kietel es un cineasta griego exiliado en Estados Unidos que vuelve a Grecia en busca de unos rollos de película perdidos de los hermanos Manakia, unos rollos que conforman la que pudo ser la primera película de la historia, la primera "mirada". El viaje de Keitel es emocionante y descorazonador a partes iguales, una búsqueda desde la soledad -en ningún momento contacta con nadie de su lugar de origen, algún familiar, algún conocido, nada, incapaz de amar, Keitel llora la relación fracasada con la bibliotecaria-, quizás una búsqueda de la propia identidad -el exilio que conlleva la pérdida de su lengua natural, quiénes somos, es importante esa película de los Manakia, qué es importante para nosotros, y para el mundo, quiénes somos, a quién le importa lo que somos o lo que pretendamos ser, dios, creo que voy a dejar de escribir en el blog, me estoy deprimiendo, jeje-, desafiando cataclismos políticos -fronteras interrogadoras, kafkianas-, horribles guerras -la de los Balcanes-, personajes perdidos -Levi en una paisaje de Sarajevo desalentador-, fórmulas químicas desconocidas -hasta conseguir revelar los rollos de película, emocionante momento de alegría-, figura monumental de Lenin a través del Danubio -nadie a bordo-, nieblas sin identidades, muertes injustificadas -al final-, territorios en ruinas -viuda sin casa-, amistades infinitas -reencuentro en Belgrado-. Ganó el Grand Prix en Cannes en 1995 -segundo premio más importante del festival después de la Palma de Oro. Puede que sea la gran película de Angelopoulos y también la gran película del cine europeo de los noventa.

lunes, 4 de agosto de 2008

Sauce ciego, mujer dormida, de Murakami


Por fin llegó a mis manos lo último publicado por Murakami en España. Es una recopilación de cuentos, la mayoría publicados en los ochenta, con interés desigual en cada uno de ellos. Sin duda son los cinco últimos escritos expresamente para este libro -de 2005- los mejores de todo el tomo, en especial Hanaley Bay -a la búsqueda del fantasma del surfista cojo-, y En cualquier lugar donde parezca que esto pueda hallarse -desaparición amnésica. También me gustan algunos antiguos como La chica del cumpleaños, de 2002, -en realidad no deseamos nada-, El espejo, de 1983 -terror a uno mismo-, El séptimo hombre, de 1996, -la manipulación de los recuerdos-, y Toni Takitani, de 1996, -el valor de lo superfluo. Por lo demás nos encontramos con el Murakami que ya conocemos por sus novelas. En algunos cuentos reconocemos historias incluidas en sus libros -que bien han podido servir de germen, como El año de los spaghettis, para El pájaro que da cuerda al mundo, y La luciérnaga, para Tokyo blues-, en casi todos aparecen los motivos surrealistas y fantásticos, con metáforas y simbolismos -a veces de difícil interpretación, cuando no de imposible interpretación, El mono de Shinagawa-, y un prólogo interesante a los nuevos cuentos -Viajero por azar- en los que nos deslumbra con casualidades reales -increíbles si fueran ficticias. Buen libro que, aunque sin estar al nivel de sus grandes novelas, nos hace esperar lo nuevo con verdadera impaciencia -After the Dark, parece que en octubre.