viernes, 18 de julio de 2008

Doctor Pasavento, de Vila-Matas


Se me acumularon de tal forma las reseñas bibliográficas que tendré que hacer borrón y cuenta nueva. Quedarán para otra ocasión mis absurdos comentarios sobre El origen, de Thomas Bernhard, Rituales, y Perdido el paraíso, de Cees Nooteboom, El guía, de Narayan, Antichrista, de Amelie Nothomb, y Carpe Diem, de Saul Bellow. Así que vamos con la última lectura. Doctor Pasavento de Vila-Matas es una novela extraña. Realmente no se sabe si es una novela, un discurso de metaliteratura, un libro de viajes -particular-, o una iniciación a la desaparición desde la dicotomía realidad-ficción. Partiendo de un personaje solitario que busca la desaparición -no se sabe bien por qué pero bueno, en realidad nadie sabe por qué busca las cosas, ni si busca algo- más allá de una desaparición meramente literaria -es un conocido escritor- o metafísica o existencial. Para ello emprende un viaje por la rue Vaneau de París. Una calle donde confluyen personajes como Marx, André Gide, Bove, o el pintor Boeswillwald (no me pregunten que no tengo ni idea de quién fue), y que de alguna manera centran la obsesión de Pasavento -el protagonista que muta de personalidad, así pasa a ser doctor, doctor Ingravallo, hasta doctor Pynchon- y que empieza a considerar posible la existencia de una fuerza acumulativa que lo arrastra casualidad tras casualidad hacia esa determinada calle de París. Esas casualidades no son en absoluto austerianas sino que están dictadas por los personajes históricos citados y por los hechos cronológicos -la guerra de Irak, el conflicto sirio, el 11 m-, así como el deambular del propio Pasavento en esa calle y en otros lugares exóticos como Lokunowo, la Patagonia, Suiza, Sevilla ó Nápoles. Utilizando la inventiva predeterminada y específica en algunos casos("Imaginé...") la sensación que traslada a veces esta novela es la del caos, el libro parece conducir a ninguna parte, las identidades borradas, el continuo anhelo de lo que se huye -la muerte de su hija, la ausencia de búsqueda en su país tras su misteriosa "desaparición", el retorno a la escritura- parecen dimensionar un habitáculo demasiado personal como para ser compartido por los lectores. Esta apasionante trama de huidas, atiborradas de referencias bibliográficas -Kafka, Walser, Bove...-, reivindican la novela total, el libro total, y es precisamente esa increíble atracción hacia el manicomio de Herisau donde Robert Walser pasara los últimos 23 años de su vida garabateando esos "microgramas" la que produce las más brillantes páginas del libro. Ya no sabemos si Pasavento quiere estar loco, lo está, o simplemente su locura subyace en esa intención impopular de traspasar la frontera de la cordura para estar en definitiva en el más absoluto estado de soledad. Lo que hay que montar para estar tranquilo, por dios, cómo odio las reuniones vespertinas de mis vecinos en el portal...

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