martes, 8 de abril de 2008

CAFÉ LUMIÈRE, de Hou Hsiao-Hsien


Hou Hsiao-Hsien nació en China aunque se trasladó a la isla de Taiwan cuando contaba con un año de edad. En su filmografía hay joyas como El maestro de marionetas o Millenium Mambo. Café Lumiére es su penúltima película, estrenada en 2004, y es un homenaje al gran director japonés Yasujiro Ozu. Es una obra muy poética con gran protagonismo de los encuadres fijos -los personajes se mueven a través de estos como producto de una ilusión- , la ausencia de primeros planos -a veces los rasgos de los protagonistas apenas pueden ser intuidos,-, el silencio de los personajes -parecen convivir con un mundo interior inabarcable e inabordable por el espectador-, y la luz -que parece atravesarlos. Rodada en Tokyo y con equipo japonés, el director taiwanés nos cuenta la historia de la joven Yoko -interpretada por la cantante pop japonesa Yo Hitoto- quien está escribiendo un libro sobre un músico taiwanés del siglo XX, ya fallecido -es magnífica la escena en casa de la viuda hojeando fotos antiguas del músico. La relación con su familia -tras una impactante noticia que determinará el rumbo de sus vidas Yoko vive como en una burbuja y su padre intenta desvincularse de todo, presentando un semblante esquivo y hermético, mientras que la madre intenta actuar de puente configurando una presencia familiar totalmente contrapuesta a la imagen propuesta de la juventud en Millenium Mambo-, con su amigo -que trabaja en un proyecto de ferrocarriles y graba los sonidos de los trenes por la ciudad y que está enamorado platónicamente de Yoko-, y con su pasado -vuelve a la estación desde donde ella partía hacia el instituto y evoca recuerdos casi milenarios-, hacen de Yoko -a veces parece preocuparle sólo la posibilidad de acabar trabajando en una fábrica de paraguas- el auténtico centro visceral de la historia. La joven busca un hipotético café donde acudía el músico taiwanés al que investiga -café Dat-, así mismo ella busca tranquilidad y sosiego en otro café con grandes ventanales -ninguno de los dos cafés se llama Lumiére-, y no me pregunten por el título porque desconozco la intención del mismo. En definitiva, una obra de gran belleza y plena de virtuosismo cinematográfico.

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